Sombras Lúgubres
Marcela mira su rostro en el espejo. Ya no queda nada de su
belleza, sólo hay hinchazón y moretones por todos lados. Pero eso a ella no le
importa, ya está acostumbrada a cubrirse, a cubrirlo.
Recuerdos van y vienen, sombras lúgubres de aquello que fue
y no volverá…
Él no fue así siempre, aún recuerda al hombre dulce, atento
y amable que era, cómo la esperaba afuera de la oficina con sus flores
favoritas, y se iban caminando hasta su casa hablando de todo y nada a la vez. Aún
recuerda cómo la conquistó, llevándola a sus lugares favoritos, escribiéndole
cartas de amor, recitándole poemas de grandes autores y haciéndola sentir la
mujer más hermosa del mundo.
Era todo tan romántico, tan perfecto, el amor que cualquier
chica soñaba.
Los golpes empezaron sutilmente, una cachetada por salir con sus amigas sin avisarle, un
empujón por ponerse aquella falda que ‘’mostraba más de lo debido’’. Los
insultos se volvieron sus mejores amigos, ‘’zorra’’ por sonreír a todas las
personas con las que se cruzaba, ‘’puta’’ por tener amigos hombres.
Poco a poco se fue hundiendo en una vorágine de caos y
dependencia, lo necesitaba. Necesitaba de su presencia para sentirse segura y
protegida, lo necesitaba para sentirse hermosa y deseada, lo necesitaba porque
él le enseñó lo que era el amor.
Al año de empezar la relación, le propuso matrimonio. Ella
aceptó porque sentía que no iba a encontrar a nadie como él. Y porque los demás
le decían que era un partidazo, que nunca iba a encontrar un hombre así, que no
sea tonta y lo amarrara de una vez, pero claro los demás no sabían del infierno
que vivía en esa relación.
El mismo día de su boda, Marcela tuvo que ocultar un moretón
en su hombro izquierdo, tenía suerte de haber elegido un vestido que cubría esa
área de su cuerpo, lo había hecho por él, no tenía que mostrarse ante los
demás, eso a él no le gustaba y ella no quería hacerlo enojar.
Él la había visto conversando con Tomás, pero no entendía
que sólo eran amigos, que ella sólo tenía ojos para él, que él era el amor de
su vida. Eso no interesó… Lo que, se supone, debió ser el día más feliz y
memorable se volvió algo espantoso, doloroso de recordar. La pelea física que
ocurrió entre su amigo y él, las miradas de todos los presentes sobre aquella
trifulca, el escrutinio que sintió sobre ella, la vergüenza que sintió cuando vio
a su casi esposo molerle la cara a golpes a otro hombre.
Dos horas después, se casaron apresuradamente. La sacó casi
a rastras de la iglesia, la metió en el carro a empujones y allí se armó el
infierno. Aún recuerda los insultos que intentó callar, los golpes que intentó
esquivar…
No tuvieron luna de miel, ella estaba demasiado cansada por
lo que había pasado. Él se fue de la casa que recién habían comprado, sin rumbo
fijo. Regresó cuatro horas después, con olor a licor barato, pero… Había algo
más. Perfume de mujer. ¿Era perfume de mujer? A Marcela nunca se le hubiera
ocurrido que él le fuera infiel.
Le increpó por esto, él sólo atinó a decir que era la culpa
de ella, que si no fuera tan estúpida no tendría por qué buscar otras mujeres.
Después de esto, se quedó dormido tirado en el piso.
Esta sólo fue la primera escena de las muchas que vinieron
después, el olor a licor barato y mujerzuela ya estaba perenne en su nariz.
Dejó su trabajo, no quería tener más problemas con él. Le
hicieron una fiesta de despedida a escondidas dentro de la oficina, sabían que
si enteraba su esposo ella tendría problemas. Al momento de despedirse, Tomás
la abrazó muy fuerte y le susurró al oído: ‘’Si te hubiera conocido antes, otra
hubiera sido la historia’’. Esto la descolocó, no sabía que Tomás sintiera algo
por ella. Sin embargo, se fue en taxi a casa y nunca más volvió a pensar en él.
Aprovechando todo el tiempo libre que tenía empezó a decorar
su casa, implementando un cuarto para el bebé que tanto ansiaba tener. ¿Verde?
¿Rosado? ¿Azul? No, amarillo era mejor. No importaba si era niño o niña, sólo
deseaba tener una personita entre sus brazos, alguien que la necesitara. Sin
embargo, no quedaba embarazada. ¿Qué pasaba? De repente había algo en ella.
Fue a los chequeos médicos, preocupada porque algo malo
ocurriera dentro de su cuerpo. Sin embargo, el médico le dijo que todo estaba
bien, que estaba muy apta para albergar a un bebé por nueve meses.
-Quizás el inconveniente lo tenga tu esposo. ¿Por qué no le
dices que venga para hacerle unos chequeos?- le dijo el médico.
-Le comentaré- dijo Marcela, rogando en su interior para que
él aceptara.
Al día siguiente, en el almuerzo se lo dijo como un comentario sutil y sin importancia.
Él se lo tomó a mal, la acusó de haberle llamado ‘’poco hombre’’ y la golpeó.
Nunca más le volvió a mencionar el tema.
Empezó a aislarse poco a poco, ya no respondía los mensajes
ni llamadas de su grupo de amigas, las salidas prácticamente se extinguieron.
Sí tenía que salir a algún lado, lo tenía que hacer con él, sino estaba
estrictamente prohibido que lo haga. Dejó de maquillarse, ponerse la ropa que
tanto le gustaba, dejó de ser ella.
Él la empezó la
empezó a llamar ‘’marrana’’ y ‘’asquerosa’’. No sabía qué hacer para tenerlo
contento, hacía todo lo que le pidiera, le cocinaba sus platos favoritos, y aun
así no era suficiente.
Intentó irse una vez, pero él se disculpó con un ramo de
flores y una salida a cenar. Claro que, la velada terminó peor de lo que
pensaba. La golpeó porque ella le sonrió al pobre muchacho que los atendía, le
hizo recordar a un sobrino que hace muchos años no veía. La llamó de todo,
desde ‘’furcia’’ hasta ‘’prostituta’’.
-¡Nunca me dejarás, nunca! ¡Eres mía hasta que yo me
muera! ¿! Entendiste!? ! Mía! – le
gritaba mientras le golpeaba la cabeza contra la pared.
Sigue sin recordar cuántas horas estuvo inconsciente, sólo
tiene presente el dolor intenso que sentía en todo el cuerpo, y el miedo que
tenía a mirarse en el espejo. Suponía el aspecto que debía presentar en ese
momento, se tocó la cabeza y sintió sangre seca. No importaba, tenía lo necesario
para curar eso.
Desde ese momento, el odio y el rencor aparecieron como una
pequeña llama en su corazón.
Recuerdos van y vienen, sombras lúgubres de aquello que fue
y no volverá…
Ya pasaron diez años, Marcela sigue viviendo en el mismo
infierno, con el mismo hombre. Ya se acostumbró a los insultos y golpes, sabe
cómo esconder los moretones y se ha hecho una experta en el engaño.
Siente que hay algo raro en ella, sabe que algo no está
bien. ¿Será que él se llevó algo que le pertenecía? ¿O será ella que no tuvo la
valentía de dejarlo?
Es consciente que ya no
es la jovencita que solía ser, aquella con ganas de comerse el mundo,
que tenía muchos planes y objetivos trazados. ¿Dónde quedaron los viajes que
iba realizar? ¿El trabajo de sus sueños? ¿La familia perfecta que deseaba
tener? Dos niños recuerda, dos. Un niño y una niña. En ellos iba a volcar todo
el amor que tenía guardado, iban a ser su adoración. Baja la mirada y mira su
vientre flácido, vacío.
Es así como ella se siente, vacía. Él tiene la culpa, por
supuesto. Todo es su culpa, no de ella.
Algunas veces tiene sueños medios extraños, sueños donde él
muere de la manera más brutal posible. Y ella es libre de hacer lo que le venga
en gana. Libre de ponerse la ropa que desea, de maquillarse y sentirse bonita,
como en los viejos tiempos. Pero sólo
son sueños. ¿Y si se hiciera realidad? A veces el destino necesita de ciertos
empujones…
‘’Basta, Marcela’’.
Se obligó a pensar en otra cosa, en dos días él llegaba de viaje y
necesitaba tener todo listo.
La cena, el vestido (aprobado por él), el ambiente perfecto.
Llegó el tan esperado día, todo estaba en su punto.
Marcela se había puesto su perfume favorito (comprado por
él, por supuesto), y había cocinado el platillo que tanto amaba.
Cenaron, todo estaba yendo a la perfección.
-La carne estaba un poco salada. Pero te perdono, si me das
algo a cambio.- dijo él mientras la miraba lascivamente.
Ella sabía que quería, todo giraba en torno al sexo. Había
perdido la cuenta de todas las veces que la había forzado, a pesar de las
múltiples negaciones que había de su parte.
Pasaron al dormitorio, la cama ordenada e impecable. La
obligó a desnudarse, mientras él se quitaba las prendas.
-Deberías ir al gimnasio, te estás poniendo un poco fofa,
¿Sabes?
La penetró violentamente, sin caricias previas. Marcela
aguantó el dolor en silencio, las lágrimas caían en su rostro, no hizo ningún
esfuerzo por limpiarlas. Sólo pensaba en el odio que sentía por aquel tipo que
se movía encima de ella.
Apenas terminó de usarla, se quedó dormido.
Fue al baño a limpiarse, se sentía sucia. Asquerosa,
cochina.
Un pensamiento fugaz pasó por su cabeza.
Fue a la cocina a buscar un objeto que la ayudaría con su
plan.
Regresó al dormitorio y miró al tipejo que la había
despojado de todo, su juventud, su belleza, sus ganas de vivir…
-Mereces todo el sufrimiento que exista en este mundo, por
ti dejé de ser yo. Y ahora por mí dejarás de ser tú.-
Lo acuchilló salvajemente en el pecho, una, dos, tres veces.
Recordó todo el sufrimiento que había pasado, la angustia y la pena que había
vivido a su lado. Un hilo de sangre empezó a rodar por sus labios. Los ojos se
salían de sus órbitas como acusándola de lo que estaba haciendo.
Perdió la cuenta de
las veces que lo acuchilló, sólo quería asegurarse que en verdad estuviera
muerto.
Fue a lavar el cuchillo, lleno de sangre. Desapareció
cualquier evidencia que la incriminara, ya había investigado cómo hacerlo.
Se cambió la ropa sucia, evitando mirar el cadáver que yacía
en una cama que antes consideraba suya.
‘’ ¿Y ahora qué hago?’’
Guardó todas sus pertenencias, que eran pocas, en una maleta
y se fue, sintiéndose libre por primera vez en muchos años.
***
Hace unos años llegó al pueblo
una señorita. Se le veía muy feliz y radiante, cómo si no tuviera
preocupaciones encima.
Vive en la casa de Doña María,
desde que su hija se fue, ella se siente un poco sola. Ahora está en muy buena
compañía.
Solicitó el puesto de secretaria
en la oficina del alcalde y es muy eficiente en su puesto.
Siempre se le ve sonreír a todo
el mundo, usa ropas muy elegantes y anda bien maquillada y peinada.
Llegó a ganarse el cariño de
todos nosotros, es muy atenta con nuestros hijos y amable con los ancianos.
Sin embargo, Doña María, dice que
la escucha llorar en las noches, sollozos tristes y apagados. Dice que la
señorita hizo algo malo allá en la capital, por eso escapó. Pero nosotros no le
creemos, después de todo, se ve que nunca mataría a una mosca.
Recuerdos van y vienen, sombras lúgubres de aquello que fue
y no volverá…
linda historia, me has dejado mas que anonadado.. eres muy buena dando le realismo a tus sueños..
ResponderEliminarfelicidades.
¡Muchas gracias por tu comentario! Me hace muy feliz saber que te gustó la historia.
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